sábado, 13 de junio de 2020

EL OXÍMORON DE LAS VENTANAS INFINITAS

EL OXIMORÓN DE LAS VENTANAS INFINITAS.

Las ventanas de mi vida son un escaparate para sorber sueños e idear ilusiones. Son las pantallas a otros momentos, a otros quizás hubiera sido. A dulces ayeres y alegres futuros.
Me extienden a vivencias no sentidas, a deseos por venir y a pasos que quiero tomar.
En un recorrido por ellas, las que grabadas están por los suspiros soltados, los proyectos ideados, aves afuera cantando con gozo contagioso y los colibríes zumbando con almas queridas que nos recuerdan su amor y su vigilo cercano.
En mi infancia los ventanales de mi casa materna fueron hechos por las manos de mi padre, amorosas, quien las construyó con la esperanza de una vida mejor. En su vejez se convirtieron en el canal de su constante rechinar de dientes por la soledad apareada con la tristeza y amargura.
Hoy no existen más esas ventanas, como hartas cosas en estos días, dieron paso a la modernidad. Él también se fue, ya más de 23 años y su imagen aún está presente e indeleble en mi memoria, sentado frente a la ventana.
He tenido otras ventanas, en esta otra tierra, cálida y bochornosa. Las de mis recámaras, por economía siempre discretas, cerraban paso a la luz derrochante de esta ciudad fértil; y así ocultaban actos de ojos ajenos.
No las recuerdo mucho, no las siento mías.

Hoy, en mi morada, que, sí siento mía, al frente posee dos amplias ventanas, con arcos perfectos que testigo son de los cambios en mi vida.
Hoy el tiempo me regala reposo para generar vida frente a mis arcos, verde y rebosante; se celebran frente a mis ojos, aún tímidos, esfuerzos con pequeñas macetas con plantas y cactus, que como yo viven con la esperanza de perdurar, de regalar amor y vida. Sueño que estos seres viven por mucho, continuarán, me sobrevivirán y mis hijos me recordarán a través de ellos, dándoles amor y sintiéndose acompañados con su belleza.
A través de mi ventana, dejo pasar la luz, en la rutina diaria de recorrer mis pasos en esta enorme casa que es ama mía, ella me posee, no yo a ella, a veces esclava de ella y sus rincones. A veces, porque me escapo para soñar historias, letras y poemas y a veces con arenas, olas, tierras fecundas y otros sabores.
Cuando me libero de ella, mi ama, soy libre, ruedo y vuelo para encontrar nuevos colores y aromas, vivir la vida, sentirme llena con el sol, la tierra y la historia.


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Pero cuando esclava soy de mis ventanas y puertas, recorro sus caminos y rincones como animal enjaulado, buscando minucias, encontrando pequeñas inmundicias.
La ventana que más me somete, es la diminuta de la cocina, frente al fregadero.
Horas interminables, suspiros maltrechos, sacados sin pedir permiso y sin la intención de escucharlos. Porque atentas, vivimos perdidas en el sistemático tallado de cada tenedor, cuchara, plato y la continua lucha con sartenes, su grasa y suciedad.
¿Por qué las mujeres hacemos eso? ¿Por qué dedicamos eternas horas de nuestra vida a lavar platos, soñando con las vidas que pudimos haber tenido?
Al perdernos en la diminuta ventana, -porque siempre son pequeñas las ventanas frente al lavadero, no vaya a ser que escapemos por ella-, las mujeres vivimos en segundos los destellos de aquella otra mujer en otro universo con mi cuerpo y mi cara, una heroína, líder, viajera, escritora, aventurera, poeta o la amante de quien yo quisiera;
Todas esas imágenes de universos infinitos pasan por nuestra mente mientras tallamos a consciencia cada taza tocada por un ser querido.
Mientras volteamos al lavar el sartén donde cocinamos para nuestros amores.
Donde quedan las sobras del apego que expresamos al crear alimento y alegría para nuestros seres.
Tal vez por eso lo hacemos, porque es más grande nuestro amor a los otros que a nosotras mismas.
Por eso levantamos cada plato, calcetín y basura a nuestro camino, en nuestro pequeño maratón doméstico diario. No huimos por nuestras ventanas y balcones, sino que nos quedamos por y para prodigar amor a través de un espacio limpio y armonioso.
Afortunadas somos, ¿no? Tenemos a quien amar. A quien dar.
Nuestra ventana del corazón encontró un reflejo en otra mirada, otro latido.
Y nos entregamos. Así es como terminamos dando la vida frente a la ventana.


ALBA ROSARIO MARRÓN CANSECO. 22 DE FEBRERO DE 2019.